Composición de tres imágenes. De izquierda a derecha: un espectrograma de una onda de radio de frecuencia modulada (se ve la forma de onda en verde con algún detalle rojo, sobre fondo azul con ruido negro). En el centro, retrato en tonos sepia de Heinrich Hertz, mirando hacia la derecha. A la derecha, la torre de comunicaciones Hertz de Hamburgo (vista aérea).

Un genio con mala suerte

El Sol nos ofrece energía gratis, si no fuera porque esos paneles que llenan cada vez más parcelas en nuestros campos deben costar algo. Es cierto que la energía del Sol está ahí, lista para ser aprovechada, pero se trata de energía térmica y lumínica, que debemos convertir en electricidad si pretendemos darle algún uso práctico más allá de montar un horno con un espejo parabólico para cocinar. La transformación de la energía en eléctrica se realiza mediante los dispositivos conocidos como paneles solares fotovoltaicos. Son aparatos francamente interesantes: funcionan aprovechando el efecto fotoeléctrico1 por el que le dieron el premio Nobel a Einstein. No fue por la Relatividad, ni Especial ni General: ¿quién lo hubiera dicho? Einstein, además, ni siquiera descubrió este efecto. Tan solo ofreció para él la explicación correcta, si es que se puede decir «tan solo» cuando hablamos de golpes de genialidad tan brillantes. Pero eso significa que alguien fue el auténtico descubridor del principio que nos permitiría enchufarnos al Sol. Y no fue otro que el físico decimonónico Heinrich Hertz.

Heinrich Rudolf Hertz nació en Hamburgo, en la entonces Confederación Alemana, en 1857. Su precocidad nunca se puso en duda: su madre recordó que, con tres años, podía repetir sin error cualquiera de alrededor de cien cuentos que le contaba por las noches. Completó su formación preuniversitaria en un prestigioso gymnasium de su ciudad natal, el Johanneum. Varios grandes pasaron por sus aulas: los músicos Georg Philipp Telemann y el más famoso de los hijos de Bach, Carl Philipp Emmanuel. Como curiosidad, también Otto Lidenbrock, el geólogo ficticio creado por Jules Verne para protagonizar su Viaje al centro de la Tierra. Los maestros de Hertz recordarían la impresionante capacidad de aquel joven en todas las materias. Excepto, precisamente, en música, que al parecer no era lo suyo. Ni siquiera haber aprendido griego antiguo, árabe clásico y sánscrito podría compensar semejante pecado para un alemán. Los estudios universitarios posteriores llevaron a Hertz por Dresde, Munich y Berlín, donde tuvo como maestros a Kirchhoff y a Helmholtz. Con él trabajó como asistente posdoctoral.

En 1864, el físico matemático escocés James Clerk Maxwell había formulado un conjunto de ecuaciones que explicaban los fenómenos eléctricos y magnéticos. El golpe de inspiración de Maxwell no se limitó a describir lo conocido por entonces, sino que predijo una gran cantidad de fenómenos que quedaron a la espera de ser descubiertos por los físicos experimentales. Fue, literalmente, el momento «hágase la luz» de la historia de la Ciencia. Una de las predicciones más destacadas fue la existencia de ondas electromagnéticas, en las que campos eléctricos y magnéticos acoplados y variables podrían viajar por el vacío. Esta sería la naturaleza última de la luz2. Helmholtz, maravillado, se puso manos a la obra para verificar en la práctica la nueva física que preconizó Maxwell. Pero no quiso hacerlo solo: estableció un premio para el primero que lograra demostrar otro fenómeno más de los que se vislumbraban en las matemáticas. Uno importante: que la polarización de un material aislante podía lograrse mediante campos electromagnéticos. Helmholtz creía firmemente que su pupilo Hertz podría resolver el problema y cobrar la recompensa. 

Y Hertz resolvió el problema, si bien cinco años después de que expirara el plazo para reclamar el premio. Al parecer, en principio le pareció demasiado difícil y no se lo tomó en serio. Cuando finalmente se entregó a la tarea, culminó en 1887 un montaje experimental con el que resolvía el problema, pero también demostraba la posibilidad de transmitir ondas electromagnéticas invisibles a distancias arbitrariamente largas. Hertz había descubierto nada menos que la base de todas las comunicaciones inalámbricas que usamos en la actualidad: la radio. Sin embargo, cuando sus alumnos preguntaron por los posibles usos prácticos de su descubrimiento, Hertz contestó:

Ninguno, creo.

Hertz también trabajó con los rayos catódicos, descubriendo que podían atravesar una fina lámina de aluminio y, por tanto, ser estudiados sin el inconveniente del ambiente de alto vacío en el que era necesario producirlos. Otra gran contribución a la física, la caracterización del efecto fotoeléctrico en 1887, quedó sin explicación. Fue una cuestión que solo pudo ser resuelta ya en el siglo XX por Einstein. Hertz se había topado sin saberlo con una de las fronteras entre la predecible física clásica y la extraña oscuridad del mundo cuántico, y no estaba preparado para entenderlo. Quizá podría haberlo hecho de haber seguido trabajando, pero el destino se presentó en forma de granulomatosis con poliangitis, una rara enfermedad autoinmune que provoca la inflamación de los vasos sanguíneos de la cara, pulmones y riñones. Llegaron a extraerle todos los dientes para intentar aliviar su sufrimiento, pero tras padecer durante cinco años, la muerte le llegó recién estrenado 1894. 

No cumplió los 37 años. No llegó a ver sus rayos catódicos aplicados a la televisión. No llegó a comprender la nueva era de comunicaciones que acababa de abrir, y tampoco que había descubierto el principio que haría posible extraer electricidad del mismo Sol. Así fue Heinrich Hertz, un genio con mala suerte.


  1. En realidad, usan el efecto fotovoltaico, que es algo distinto. También va de excitar electrones, pero mientras que con el efecto fotoeléctrico los electrones acaban emitidos fuera del material, en el fotovoltaico crean una diferencia de potencial y una corriente por mor de una unión PN: un semiconductor en el que hay dos zonas unidas con dos impurezas o «dopajes» distintos, uno que introduce un electrón por átomo de más en su estructura (el N) y otro que lleva un electrón de menos por átomo (las P). La explicación precisa se escapa del objeto de este artículo. ↩︎
  2. Hasta que llegaron los físicos cuánticos, naturalmente. ↩︎

Comentarios

2 respuestas a «Un genio con mala suerte»

  1. @blog ¿Perdón? ¿Cómo que sólo energía térmica?

    Los fotones del espectro por encima del Infrarrojo: Are we a joke to you?

    1. Tienes razón, claro 😅.