Ayer no fue un buen día para el ferrocarril mundial: un terrible accidente en Grecia, del que por el momento solo se sabe que hay un jefe de estación detenido. También ha provocado la dimisión del ministro de Transportes del país ante lo que no era ningún secreto, ni para los griegos ni para cualquier profesional del sector con algo de conocimiento del panorama internacional: que el estado de las infraestructuras del país heleno es lamentable. Los «sabotajes» (más probablemente, en realidad, robos de material, sobre todo cable, para su reventa en el mercado negro) están a la orden del día, hasta el punto que incluso los documentos de planificación de actuaciones comunicados a la Comisión Europea incluyen referencias casuales a ello.
Ayer, también, salió mi comentario sobre lo que sabemos de las causas del descarrilamiento de Ohio, que, aunque afortunadamente se saldó sin daños personales, tendrá una sombra alargada sobre el medio natural y los habitantes del pequeño pueblo de East Palestine y sus alrededores.
Lanzándome a la piscina de las hipótesis, quizá todo se haya debido a algún problema derivado de falta de mantenimiento de los detectores de cajas calientes de la vía. Es cosa conocida que los americanos gustan de aprovechar su infraestructura viaria hasta extremos impensables en Europa. El protagonismo de las mercancías en un panorama de gestión y operación privados no invita más que a minimizar en lo posible el mantenimiento, considerado gasto a recortar.
Que una cámara de seguridad viera llamas bajo un vagón más de 30 km antes del descarrilamiento, pero el detector de cajas calientes de justo antes no cantara La Traviata parece indicar que quién sabe en qué estado estaba.
Otro dato interesante para contextualizar el suceso es que, según el reglamento ferroviario local, el procedimiento de alarma crítica es muy oneroso en tiempos: hay que retirar el vagón afectado de la composición. Esto no se puede hacer en cualquier lugar, y la afectación subsiguiente al tráfico es brutal: no solo retrasas tu tren, sino todo lo que venga por la vía mientras cortas tu composición de tres kilómetros de vagones en un apartadero, probablemente usando dos locomotoras a la vez en una maniobra que ríete de Mr. Bean quitándose los pantalones con un bañador por fuera.
No, no es imposible:
No dejéis de leer «Accidente de Ohio: fiebre en las cajas» en Naukas.