Pintada en una pared. El texto dice "y si luego es nunca?".

Vista al frente

Y un retrovisor para recordar lo que se aleja en el pasado. Este ha sido un año en el que en mi vida han pasado cosas™, y como un blog es un lugar donde dar noticias personales, aquí os podéis enterar. Sí, este va a ser un post recopilatorio, un clip show en la peor tradición de Sombras de tristeza (temporada 2, episodio 22, Star Trek: The Next Generation). Por cierto, ¿sabíais que es imposible de toda imposibilidad buscar ese episodio en Google sin que salgan primero tres millones de referencias a la película que le añade un número «50» delante? En inglés se llama Shades of Grey. Ya es mala suerte. Y ahora, sin un orden concreto…

2023 fue un año de viajes. Profesionales también, pero también no tanto. Toledo, Murcia, Vitoria, Tenerife, Berlín, Soria, Bilbao, Alicante. Siempre es una suerte tener una excusa y la capacidad para mover el culo de la silla y ver horizontes nuevos. U horizontes no tan nuevos, pero al menos distintos de los de siempre. No falla: en los viajes ocurren cosas. Y si se va bien acompañado, las cosas que ocurren son todavía mejores.

Hay librerías mágicas, y también voces mágicas que hablan desde ellas. (Libros traperos, librería circular; en Murcia).

2023 fue el año en que este blog, en estado quiescente durante la mayor parte de su vida, revivió. ¿Cuánto tiempo seguirá activo? Mientras tenga ganas de escribir. Pero descubrí un pequeño truco para ayudarme: al parecer, me cuesta algo menos enfrentarme al terror de la página en blanco cuando esta es una cajita de texto pequeña. Es decir, que en una red social de microblogging me es más fácil empezar a escribir. Basta un primer mensaje breve para que el rollista que hay en mí se desate y se arranque en un hilo. Más adelante copio los mensajes en un artículo del blog, puliendo y expandiendo donde vea necesario, y voilà, un artículo nuevo.

En 2023 tuve la suerte de volver a salir al escenario del Euskalduna Jauregia a responder una pregunta y contar una historieta, de paso. Y, como soy un hijo de la guerra fría, me apoyé en una de sus pequeñas pero grandes tragedias para ilustrar algo que, hasta donde teníamos todos noticias aquel septiembre de 2023, no estaba sucediendo: ¿nos escuchan los teléfonos inteligentes? Poco después saltó la noticia de que al menos una compañía de venta de espacios publicitarios, un mamporrero de la publicidad, como si dijéramos, estaba vanagloriándose en público de precisamente eso. Tras el escandalito, a la gente de Cox Media Group les faltó tiempo para retirar los materiales incriminatorios de su web, pero la sospecha quedó ahí: ¿fanfarronada o realidad? Los móviles modernos avisan de cuando una aplicación está usando el micrófono, pero ¿y si es el propio fabricante del sistema operativo el que está usando esos datos? (No miro a nadie, Google). Y, en cualquier caso, los televisores inteligentesvade retro— llevan micrófonos incorporados, incluso a veces en los mandos a distancia. Qué forma tan poco educada de quitarme la razón.

Mi charleta de este año en el Naukas Bilbao 2023. Mola la camiseta.

2023 también ha sido el año en el que he consolidado mi presencia en Mastodón. Quien me conoce sabe que soy persona de una sola red social, y una vez que he invertido unos meses en una, me cuesta una cantidad de esfuerzo tendente a infinito moverme a otra. Fijaos en mi Twitter: tardé quince añazos en dejarlo. Lo más que puedo hacer es publicar, pero no interaccionar. Eso es exactamente lo que ocurre con mi LinkedIn (una red social claramente penosa, pero supuestamente necesaria para quienes somos esclavos de una nómina), que empezó a estar más activo desde que dejé, precisamente, Twitter. Y también con Bluesky, donde tengo una cuenta con la intención explícita y expresa de solo publicar las cosas que voy escribiendo en formato largo y cuyas respuestas, que sé que existen, no miro (¡lo siento, si os parece mal estaré encantado de recibir vuestras quejas… en mi cuenta de Mastodón).

2023 también ha sido el año en que me estrellé con el coche. El bloque del motor quedó completamente destruido en un accidente múltiple en la autopista en el que quedé en medio de una colisión múltiple de siete vehículos. Choqué de frente contra un SUV que se había empotrado contra la mediana cerca de la salida hacia la M-40 en la A-5, a la altura de San José de Valderas, y otro coche embistió al mío. Saltaron todos los airbags. El olor, probablemente por el propulsor de nitrato de guanidina, es peculiar, pero difícil de recordar: desaparece casi en el acto. No importa la experiencia que tengáis al volante, esto puede suceder en cualquier momento. Cuidaos. Mi pareja y yo salimos del coche por nuestro propio pie, y hemos necesitado más de un mes de fisioterapia para que los dolores del latigazo cervical remitieran, pero hemos tenido suerte.

Foto del interior del habitáculo de un coche desde la perspectiva del asiento del conductor y mirando hacia adelante. Los seis airbags, de conductor, pasajero, de rodillas y de cortina lateral, están desplegados. El retrovisor central está caído y el parabrisas, roto.
Aunque por dentro el coche quedó bastante entero… Que nunca os pase esto.

Naturalmente, 2023 también ha sido el año en el que descubrí que el coche formaba, demasiado literalmente, parte de mi personalidad. No importa que fuera un concienciado de la necesidad de reducir su uso, sobre todo en ciudades: quedarme sin coche —y, huelga decirlo, sin la posibilidad inmediata de adquirir uno nuevo, porque mi salario como director de innovación no da para eso a los precios actuales sin al menos ahorrar un tiempo más o menos largo— ha sido la experiencia más parecida a la emasculación que he vivido nunca. He desarrollado una nueva simpatía por quien se queja amargamente de la (¡lenta!) invasión de las Zonas de Bajas Emisiones, aunque no por ello les doy la razón. Solo creo que alquilar coches debería ser una experiencia algo menos traumática: pese a que vivo en un pueblo de casi treinta mil habitantes en las cercanías de Madrid, me he tenido que mover dos pueblos más allá y llegar a un polígono sin transporte público para alquilar uno.

2023 también ha sido el año en el que culminó mi proyecto de sensor fijo del contacto del pantógrafo de los trenes con la catenaria. Apenas unas semanas después de mi accidente, estaba en una ubicación de la que ahora mismo no quiero acordarme en plena estepa castellana, a las siete de la mañana, dirigiendo el parto de un hijo un poco contrahecho. El sensor en sí no es demasiado grande —la parte pasiva que va sobre la propia catenaria es apenas como una libreta abierta, mientras que la parte activa apenas alcanza los setenta centímetros por el lado más largo—, pero con su estructura de soporte pesa más de ochenta kilos y mide alrededor de tres metros. Jamás he visto un baile de grúa más preciso, pero logramos montarlo todo en el tiempo que nos asignó el administrador de la infraestructura. Habíamos hecho multitud de pruebas de laboratorio, pero uno no está seguro de que las cosas funcionan hasta que se despliegan en el campo. ¡Y funciona!

Una vía doble electrificada. En primer plano, uno de los postes, que soporta una ménsula adicional a la propia de la catenaria. Esa ménsula lleva los equipos del sensor del contacto pantógrafo-catenaria.
Mi hijo, en su ubicación de pruebas.

2023 ha sido, sin que pueda dejar mucho espacio para la duda, un año para recordar. Un año más para haber amado. Un año lleno de buenas experiencias y buena gente. También un año de despedidas tristes (no hablo del coche, algo me tengo que guardar para mí), de dudas y de nerviosismo. ¿Y para el año que viene, qué? En 2024 cumpliré cincuenta, lo que es una edad bastante provecta como para empezar a dejar de temer a la muerte, pero no tengo especial interés en que llegue tan pronto. Por demás, 2024 traerá alguna noticia interesante —¡espero!— en este blog, incluso alguna de la que ya tengo razón, pero que todavía no puedo contaros.

Estoy deseando empezar.