Calle de Madrid, vista desde arriba. Cinco carriles de asfalto vacíos salvo por un ciclista, que solo se ve a contraluz. A la izquierda, el carril bus (que ocupa el ciclista). Hay, en todos los carriles, flechas de dirección que se ven apuntando hacia abajo. No hay nada en la foto que no sea gris.

La movilidad tiene que ser un derecho

En el Naukas Valladolid de noviembre del 2022 ya hablé de la ley de Movilidad Sostenible como una necesidad inmediata. Las vicisitudes y, por qué no decirlo, la sordidez de la política en este país que nos damos todos los días han hecho que estemos ya en octubre de 2025 y nos encontremos aún en esta trinchera. Hoy, además, es un día clave: un grupo de diputados completamente a favor de los derechos ciudadanos y de la evolución del sistema económico hacia algo que permita una existencia digna para todos mientras deshacemos los daños causados por la filosofía del crecimiento a ultranza podría votar en contra de su implementación. Porque no es perfecta.

Sorpresa, nada lo es.

Es una verdad de primer orden que esta ley podría ser mejor. Pero también es cierto que, con su texto en el Boletín Oficial del Estado, se pueden empezar a redactar reglamentos, que son —sorpresa, otra vez— lo que regula de verdad qué pasa y qué no pasa cada día. «Hagan ustedes las leyes y déjenme a mí hacer los reglamentos», dicen que decía con retorcido colmillo el conde de Romanones. Sin la ley, imperfecta o no, en negro sobre blanco, no tendremos derecho a movernos de forma asumible para nuestra economía ni el deber de hacerlo con el mínimo daño posible al medio ambiente. No habrá financiación estatal para la movilidad fuera de un puñado de grandes ciudades. No habrá objetivos de descarbonización en el transporte —en España casi el 37 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero provienen del sector, diez puntos por encima de la Unión Europea—. Ni hablar de impulso al ferrocarril frente al avión en trayectos cortos, de trenes nocturnos o de planes de movilidad para empresas con más de 200 empleados. Y nada de revisar el sistema de etiquetas medioambientales que permite que monstruos de más de dos toneladas y media y setecientos caballos campen a sus anchas por las zonas centrales de todas las ciudades que se dignen controlar el acceso a sus centros urbanos para vehículos privados.

Puede que, cuando termine el día, todo esto sea un conjunto de proyectos ilusionantes a emprender. O que sea papel para la trituradora con destino —esperemos— a una planta de reciclaje. En ese caso habrá que desempolvar una cita menos apócrifa que la anterior del mismo conde, que sostenía con habilidad el clientelismo caciquil y la corrupción del régimen de la primera Restauración borbónica mientras reconocía para la historia algo tan cierto entonces como ahora: «qué tropa, joder, qué tropa».



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Nota original en el Mastodón de @brucknerite (podría haber sido borrada).

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