¡La persecución continúa! En artículos anteriores nos hemos sentado en la biela de una locomotora en marcha, hemos desenganchado vagones, nos hemos subido al techo de una locomotora y hemos disparado un mortero que estaba detrás de nuestra locomotora y apuntado hacia delante, pero no nos ha dado gracias a una curva. Hoy nos encontraremos un vagón suelto en nuestra ruta y unos desvíos un poco especiales. ¿Qué ocurrirá?
Los espías que persigue Johnnie con su locomotora intentan retrasar su avance soltando un vagón de su tren delante de él. Johnnie se lo encuentra a baja velocidad y lo empuja, pero si quiere dar caza a sus enemigos tiene que deshacerse de él. Entonces se encuentra con un oportuno desvío enclavado hacia la vía desviada. Así que empuja el vagón hasta que lo supera mientras frena su locomotora justo antes de rebasarlo. Lo hace parecer fácil, pero no lo es; quizá la escena esté un poco acelerada una vez más.

Nuestro protagonista maniobra la aguja para poder pasar por la vía directa y vuelve a subir a la locomotora, solo para encontrarse que el apartadero tiene otro desvío al final. El vagón ha ido más rápido que él y se lo vuelve a encontrar delante. Pero ¿por qué no descarrila nada? Johnnie va por la vía directa derecho a encontrarse con el desvío de salida del apartadero por su parte de atrás —por su talón, que decimos los ferroviarios, por contraposición a la punta, que está del lado hacia donde señala el corazón del desvío—. Pero el molesto vagón avanzaba por la vía desviada y entró a la principal sin problemas.
Hoy, con los modernos enclavamientos electrónicos, una situación así sería imposible. Sin embargo, en ferrocarriles más antiguos, y sobre todo en lugares donde se repitiera una misma maniobra con frecuencia, podía salir a cuenta instalar desvíos talonables.

Un desvío talonable le ahorra al factor de circulación —seguramente la persona que aparece en esta escena en el lado derecho de la acción, encargado de maniobrar los desvíos— el tedio de mover las agujas cada vez que un tren pasa por su apartadero. A cambio, el talonamiento puede ser incorrecto si hay algún fallo en el desvío, y tendríamos un tren descarrilado. Como cualquier artilugio humano, se acabará rompiendo precisamente cuando se esté usando. Con los medios de los que se disponía en el siglo XIX era prácticamente imposible detectar el problema antes de que sucediese.
En un desvío convencional, sin embargo, la maniobra siempre es previa al paso del tren. El factor puede detectar el problema y, si es necesario, detener el tráfico sacando su banderín rojo. O moviendo los dos brazos hacia arriba si por lo que fuera no lo tuviese a mano. Sí, en serio.

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