Comparto con vosotros una versión en texto de la charla que di el pasado 19 de septiembre de 2025 en el evento Naukas Bilbao, en el palacio Euskalduna.


Gernika.

Dresde.

Hiroshima.
Las bombas destruyen edificios. Pero si hay ciudadanos para seguir adelante, la ciudad volverá a florecer.
Hay, sin embargo, bombas más eficientes que las bombas. Porque no solo destruyen edificios. También revientan la ciudadanía. Y sin ciudadanía no hay ciudad. Son lo que yo llamo «bombas lentas».
Procesos económicos y políticos que pueden vaciar una ciudad. Alianzas nefastas entre especuladores inmobiliarios y urbanistas cegados por la visión de un futuro falso.
Hoy he venido a contaros una historia de destrucción a una escala inimaginable.

Hace más de un siglo, las ciudades en los Estados Unidos de América se parecían a las europeas. Eran ciudades densas, caminables. Con peatones. Con tranvías eléctricos.

Entonces se descubrió petróleo y se vio que era abundante y barato.

La industria naciente del automóvil se encontró con un regalo venido del corazón mismo de la Tierra y junto a las empresas petroleras, concibió un plan.

En los años 30 empezaron a comprar todas las empresas de transporte público de los Estados Unidos. La idea: sustituir los obsoletos tranvías por «modernos» autobuses que consumirían petróleo y neumáticos, además de no estorbar a los coches.

Pronto las grandes redes de vías férreas urbanas desaparecieron. Pero no es ningún misterio que un autobús con cuarenta personas a bordo consume menos combustible y es menos rentable que cuarenta automóviles con una persona.

Así que, mientras se promocionaba el automóvil como clave del sueño americano, las líneas de autobús se iban dejando morir. Sin mantenimiento. Desvencijadas. Quedaban solo para los más desfavorecidos. Casualmente solían ser gente negra.
Mientras, las empresas de automoción vendían el futuro.

Usaron para ello la visión de un diseñador revolucionario: Norman Bel Geddes.

En 1939 inauguraron Futurama. Bueno, no la serie de dibujos de Matt Groening, sino su antecesora.

Esta es la Futurama primigenia. Un pabellón espectacular en la Exposición Universal de Nueva York, pagado por General Motors. En él, colas interminables de visitantes contemplaban la ciudad del futuro.

Inmensos rascacielos. Laberínticas autopistas de decenas de carriles. Un coche por persona, una persona por coche.

La guerra mundial retrasó los planes, pero en los años 50, los lobbies del petróleo y el motor lograron que el presidente Eisenhower aprobara la nueva red de autopistas interestatales. Serían consideradas de interés público y por tanto, gratuitas.
A Eisenhower le dijeron que serían claves para evacuar a la población si los rusos atacaban, pero los ayuntamientos beneficiados por el programa vieron en él algo muy distinto. Una oportunidad de oro para librarse de sus barrios indeseables. Casualmente, donde vivía la gente negra.
Esto ocurrió en casi todas las metrópolis estadounidenses, así que escogeré un ejemplo para mostrarlo.

En 1955 Kansas City aún era una ciudad densa, con manzanas de pequeños edificios rodeando los rascacielos de la almendra central.

Las autopistas debían conectarse unas con otras y permitir llegar hasta el centro.

Centenares de manzanas habitadas fueron sumariamente demolidas. Los habitantes más pobres (ya sabéis quiénes) quedaron abandonados en zonas depauperadas. Sin comercio. Sin equipamientos.
Su tejido urbano y social había muerto.

El centro, para admitir el tráfico rodado que ahora podía llegar, debió ser también parcialmente demolido para hacer sitio a aparcamientos.

Los residentes más ricos (casualmente blancos) pudieron marchar a un extrarradio de casas unifamiliares en calles clónicas, donde nada podía hacerse sin coche. Suburbios poco densos que se expandieron sin medida como un cáncer sobre la tierra, aumentando el valor de terrenos rústicos en manos de los promotores inmobiliarios y creando una ciudad sin ciudadanos.
Una ciudad muerta.

El área metropolitana de Kansas City tiene hoy alrededor de dos millones doscientos mil habitantes. Más o menos como Euskadi.

Pero su extensión es tres veces mayor.1

Este modelo de «ciudad del futuro» se repitió en muchos otros lugares del mundo. A veces construyéndolas así de nueva planta. A pequeña escala, como en los PAU de Madrid. A gran escala, como en los emiratos del golfo Pérsico.
También, a veces, demoliendo barrios «indeseables».

Una vez más lo estamos viendo ante nuestros ojos en la franja de Gaza. Una zona urbana con aproximadamente la misma población que Euskadi, pero mucho más densa. Más pequeña que el Gran Bilbao.
Y está siendo arrasada con bulldozers, pero sobre todo con bombas. Y con todos sus habitantes dentro.
La administración estadounidense, capitaneada (casualmente) por el jefe de las inmobiliarias, ya ha publicado su plan de paz para cuando las bombas callen. Os avanzo que es un plan indigno, ilustrado con imágenes cutres creadas por inteligencia artificial.
¿Adivináis qué contiene?

Rascacielos futuristas. Autopistas a todas partes. Manzanas enteras de aparcamientos. Alguien debió pensar: ¿por qué dejar que todo ese odio se desaproveche sin ganar de paso una fortuna?
Pero recordad que somos todos humanos, y lo que permitimos que hagan a otros nos lo podrán hacer a nosotros algún día.

Pensadlo. Pensadlo mientras toméis las calles y no mientras os atropellen las autopistas. Pensad en Gaza.
Eskerrik asko.
- Los mapas de estas dos diapositivas no aparecieron durante la charla. Los duendes del Powerpoint atacaron de nuevo. ↩︎

